Escarbo, pero no encuentro las palabras. Sencillo o complejo, ahí el detalle de este mensaje. Lo primero se me viene natural, lo segundo por inspiración. Pero, cómo hacer cuando de quien quiero compartir tiene una sencillez que inspira.
Nunca he deseado tener la pluma de Rubén Darío, y aún si así fuese, no la tendría. Es imposible. Su genialidad excede a un simple anhelo. Pero, hoy es distinto, hoy quiero su prosa, esa que enamora y envuelve a cual más fría dama se dedique.
Necesito sus palabras, su descripción de la belleza. Necesito el Azul para hablar de cual más impresionante mujer han visto mis ojos: la tercera mujer de mi vida, la que desvaneció mi mayor temor, el del habla, y más aún, el del ser genuino.
En esta oportunidad no preciso de las palabras de Darío para hablar de su belleza física, para eso necesitaré otro escrito, tan estético e inspirado como ningún otro y que prometo compartir; hoy es oportuno hablar de ella, de la mujer.
Lamentablemente no tengo la prosa de Rubén. Pero sí, su inspiración en esta ocasión. Y es que la tercera mujer de mi vida amerita una presentación especial, lo que a su vez origina un inconveniente, pero que intentaré superar: mis recursos literarios.
Las palabras de ella no son desperdiciadas, calcula cada una como si se tratase de la última. Emergen como las delicias de un panal, y con la sabiduría de los proverbios, en ocasiones para sugerir y en otras para corregir. Nunca van al vacío, encuentran su destino.
Sus oídos escuchan el doble de lo que su boca habla, una cualidad que convierte nuestros encuentros en conversaciones indelebles. Su mirada es políglota, el cómo y dónde fija sus ojos tiene muchos idiomas, todos de fácil traducción.
El silencio es su máxima expresión, es su obra de arte, acaso porque en el desierto de la vida, donde los sonidos se desconocen, la omisión de palabras contribuye a la reflexión del espíritu y en consecuencia a las acciones de una persona.
Y es ahí donde ella se luce, en sus acciones. Como dijera un sabio: "Predica, predica, predica, y cuando fuese necesario, habla".
Nunca antes conocí a alguien que enseñara tanto con su silencio, hasta que conocí a mi esposa, Maryorie Anielka Gaitán Gutiérrez, la tercera mujer de mi vida, pero la más importante de mi existencia.
Te amo Anielka.
Nunca he deseado tener la pluma de Rubén Darío, y aún si así fuese, no la tendría. Es imposible. Su genialidad excede a un simple anhelo. Pero, hoy es distinto, hoy quiero su prosa, esa que enamora y envuelve a cual más fría dama se dedique.
Necesito sus palabras, su descripción de la belleza. Necesito el Azul para hablar de cual más impresionante mujer han visto mis ojos: la tercera mujer de mi vida, la que desvaneció mi mayor temor, el del habla, y más aún, el del ser genuino.
En esta oportunidad no preciso de las palabras de Darío para hablar de su belleza física, para eso necesitaré otro escrito, tan estético e inspirado como ningún otro y que prometo compartir; hoy es oportuno hablar de ella, de la mujer.
Lamentablemente no tengo la prosa de Rubén. Pero sí, su inspiración en esta ocasión. Y es que la tercera mujer de mi vida amerita una presentación especial, lo que a su vez origina un inconveniente, pero que intentaré superar: mis recursos literarios.
Las palabras de ella no son desperdiciadas, calcula cada una como si se tratase de la última. Emergen como las delicias de un panal, y con la sabiduría de los proverbios, en ocasiones para sugerir y en otras para corregir. Nunca van al vacío, encuentran su destino.
Sus oídos escuchan el doble de lo que su boca habla, una cualidad que convierte nuestros encuentros en conversaciones indelebles. Su mirada es políglota, el cómo y dónde fija sus ojos tiene muchos idiomas, todos de fácil traducción.
El silencio es su máxima expresión, es su obra de arte, acaso porque en el desierto de la vida, donde los sonidos se desconocen, la omisión de palabras contribuye a la reflexión del espíritu y en consecuencia a las acciones de una persona.
Y es ahí donde ella se luce, en sus acciones. Como dijera un sabio: "Predica, predica, predica, y cuando fuese necesario, habla".
Nunca antes conocí a alguien que enseñara tanto con su silencio, hasta que conocí a mi esposa, Maryorie Anielka Gaitán Gutiérrez, la tercera mujer de mi vida, pero la más importante de mi existencia.
Te amo Anielka.
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