“Cristiano funciona mejor que la Juve” es el título de un artículo del gran Santiago Segurola, publicado en El País, de España. Básicamente habla del descalabro del Real Madrid y la frustración de la Juventus y cómo el prestigio de Cristiano no ha sufrido el menor rasguño. Pero, mientras desarrolla su argumento, llamó mi atención una frase que describe lo que sucedió con Garet Bale cuando éste ayudó al Real Madrid a vencer 3-1 al Liverpool, en la Final de la Liga de Campeones del 2018.
“Empujado por sus dos goles, Gareth Bale sufrió un ataque de importancia”. Se creyó la última Coca Cola en el desierto o el tapón del océano. En resumen, se creyó mucho. Se formó un elevado concepto de sí mismo.
¿Esa frase de Segurola no les recuerda las veces que hemos pasado lo mismo? Ese día que logramos un título y nos consideramos mejores que otros. O el día que nos honraron públicamente y nuestra estima se elevó más allá de lo saludable. O el día que nos vieron junto a personas “importantes” y pensamos que los importantes éramos nosotros. O sencillamente cuando sobresalimos en alguna disciplina, talento o profesión y erradamente nos creemos especiales.
Un escritor canadiense dijo: “Resentimiento, arrogancia y engaño es el triunvirato malvado”. Mis estimados, es peligroso ser gobernado por cualquiera de esos males, porque los mayores perjudicados siempre seremos nosotros. ¿Un ejemplo? El mismo Bale. Ha funcionado peor que nunca. “Puede resolver un partido aquí y allá, pero no tiene ni madera, ni voluntad de líder”.
“No hay nada que los haga a ustedes más importantes que otros. Todo lo que tienen, lo han recibido de Dios. Y si todo se lo deben a él, ¿por qué presumen, como si ustedes solos lo hubieran conseguido?” - 1 Corintios 4.7, TLA
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