Mi esposa, Anielka, guarda en su memoria una tarde de 1993,
cuando apenas tenía 9 años. Jugaba con sus hermanos y vecinos en el porche de
su casa, y todo marchaba sin mayores problemas hasta que uno de los niños propuso
un juego nuevo, era una locura demasiado simple: un niño se subiría a un muro de
casi dos metros y otro lo empujaría al vacío, pero antes de caer debían agarrarlo.
El juego comenzó y uno a uno fue tomando su turno, sin
ningún accidente… Bueno, hasta que le tocó a Anielka. Un “pequeño” error de
cálculo causó que al ser empujada no lograran sujetarla. Cayó sobre concreto y
sus rodillas soportaron el peso de todo su cuerpo. El dolor era insoportable y no
pudo caminar por varios días. La recuperación fue muy lenta. Incluso, las
secuelas le siguen hasta hoy.
Cuando le surgen los dolores repentinos en sus
rodillas, Anielka recuerda aquella tarde de 1993 como “el día que me dejaron
caer”. Esa frase me puso a pensar en cuántas personas han dicho algo parecido
por causa de una desgracia vivida.
En la vida hay diferentes tipos de caídas: físicas,
emocionales y hasta espirituales, pero ninguna duele tanto como aquella en la
que esperabas que otro te atrapara.
Te dejaron caer el día que tu esposo te fue infiel, el
día que tu papá o tu mamá se fue de la casa, el día que tu líder espiritual
dijo que no tenías llamado o el día que no estuvo cuando más lo necesitabas, el
día que fuiste abusado, el día que tu amigo más cercano te traicionó o
-incluso- el día que crees que Dios “no hizo nada”.
Esas caídas no sólo duelen, sino que dejan secuelas.
Muchas personas pierden la confianza, la pasión, los sueños, la esperanza, el
amor y en algunos casos hasta la fe. Y lo más peligroso es que deciden quedarse
en esa condición.
No les conté todos los detalles de la historia de
Anielka, pero ¿saben quién llegó a levantarla? Fue su papá. La cargó en sus
brazos y la atendió. Mis estimados, no importa quién te dejó caer, sino quién
está a tu lado para levantarte.
Me gusta esa imagen porque es lo mismo que Dios hace
con nosotros. Él quiere llegar a tu corazón y sanar tu dolor, porque tu llanto
es tan fuerte que él ya lo escuchó. Quizás el día que te dejaron caer tu vida
dio un giro inesperado y tus planes cambiaron, pero Dios no cambió los suyos.
Deja que Él te levante.
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