Somos
un planeta enfermo aún antes de la aparición de esta pandemia.
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Incapacidad
para gestionar el temor
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Incapacidad
para administrar la información
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Incapacidad
para asumir responsabilidad
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Incapacidad
para ser solidarios
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Incapacidad
para valorar prioridades
Y
pudiéramos seguir…
Estamos
en un escenario que debería servirnos para reflexionar y tratar de entender
muchas cosas, pero insistimos en un comportamiento tan enfermizo y contagioso
como el Covid-19. Y aquí caemos todos, desde las autoridades del más alto nivel
hasta aquellos que piensan que no tienen ninguna vela en este entierro.
Cuando
me gobierna el temor, pierdo la capacidad de recibir la auténtica paz.
Cuando
la falsedad se mezcla con la verdad, nace una mentira más destructiva.
Cuando
lo único que importa soy yo, expreso que estoy enfermo de vanidad.
Cuando
vivo sin considerar que debo rendir cuentas a un Creador, revelo mi arrogancia.
Hey,
estimados, la vida es tan frágil, y no importa cuánto poder, influencia,
recursos, talentos o qué apellido tengamos, un virus que se mide en nanómetros nos
está retando sin complejos, y la partida la estamos perdiendo por una sencilla
razón: ya estábamos enfermos.
Una
vez escuché a Edgard Rodríguez, mi jefe en mis tiempos de periodista, contar su
encuentro con un famoso lanzador cubano que fue firmado para jugar en Grandes
Ligas.
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Ahora
que tienes mucho dinero, ¿cómo te ha cambiado la vida?, le preguntó Edgard al
jugador.
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El
dinero no cambia a nadie, sólo saca lo que vos sos, le respondió.
¡Uff!
¿Saben? Pienso que aplica para esta crisis que estamos viviendo. El coronavirus
no nos está cambiando, sólo está sacando lo que siempre hemos sido: una
sociedad enferma por la terca insistencia de vivir a su manera, ignorando que algún
se tendrá que rendir cuentas, aquí o en la eternidad.
Sigan
las recomendaciones de los expertos, no se expongan ni expongan a otros, y que
al fin podamos entender que TODOS somos NOSOTROS, y no OTROS.
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