Tenía 18 años cuando me consideraron para trabajar en una de las emisoras más escuchadas del país. Una talentosa compañera de la universidad también fue seleccionada, pero me atrevo a pensar que el mayor favorecido era yo, porque mis notas no despertaban mucha admiración; yo era más bien un diamante en bruto, pero sin diamante. Por tanto, esa oportunidad era un lujo que quizás no se volvería a repetir.
Las autoridades de la facultad nos felicitaron e incluso nos honraron delante de los estudiantes del último año de la carrera, y nuestros amigos también celebraron con nosotros. Ese mismo día fuimos a las oficinas de la emisora; nos atendieron amablemente, nos mostraron cada rincón del moderno edificio y hasta nos indicaron cuál sería nuestro lugar de trabajo. “Mañana comienzan a trabajar”, nos dijeron.
Llegamos a nuestros hogares y compartimos las buenas nuevas a la familia. Y no sé en el caso de mi compañera, pero en mi casa se celebró cuando dije: “¡Mañana comienzo a trabajar!”. Y el día llegó. Estábamos puntuales y animados para nuestra primera jornada laboral. Pero, algo había cambiado en esa emisora, los rostros amables del día anterior se transformaron en rostros avergonzados que no sabían explicarnos el error que cometieron.
“Nos equivocamos. Estamos buscando a jóvenes con otro perfil. Perdonen, pero no podrán trabajar aquí”. Debió ser mi primer trabajo, pero fue mi primer despido. Probé lo que se siente ser descalificado. ¿Has estado en esa estación de la vida? Es ese momento cuando te sientes inepto, insuficiente o incompetente, cuando crees que una grieta en tu vida te inhabilita para un prometedor futuro.
Esto es muy básico, pero todos tenemos debilidades, sólo que les llamamos de distintas maneras: descuidos, deslices, metidas de pata, errores, problemas, pecados, equivocaciones, demonios internos o adicciones. El punto es que todos las tenemos, y nos hacen sentir miserables, especialmente porque la sociedad está diseñada para calificarnos conforme a lo que hacemos y no lo que somos.
Mis estimados, no se trata de ignorar esas debilidades, pero tampoco de sumergirnos en la auto conmiseración; se trata de entender que Dios nos diseñó, nos llamó y nos equipó, y que las opiniones de las personas y sus calificaciones deben ser cada vez menos relevantes en nuestra vida. Recuerda que no vives ni de los aplausos ni de las críticas, vives de lo que Dios piensa de vos, y Él cree que somos como frágiles vasijas de barro pero que contienen un gran tesoro.
Si un día te descalifican, tranquilo. Bienvenido al club. Sólo ten presente que la obra de Dios en tu vida no tiene la intención de erradicar el verdadero tu, sino sacar la mejor versión de vos mismo. La descalificación será un recordatorio de lo que Dios es capaz de hacer, a pesar de nuestros defectos o errores del pasado.
Les cuento que dos años después de aquel “despido” se abrió otra oportunidad de trabajo, y definitivamente era mucho mejor que la anterior. Pero, otra vez yo no tenía las calificaciones necesarias, y no es modestia, es la verdad, sin embargo, la “puerta” no se cerró. Esa empresa fue mi casa durante casi seis años y otra historia comenzó.
“No es que pensemos que estamos capacitados para hacer algo por nuestra propia cuenta. Nuestra aptitud proviene de Dios” 2 Corintios 3.6 - NTV
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