– ¿Alberto, podés cantar? – Me
preguntó un amigo
– Sí, claro – Le respondí
atrevidamente
– ¿Te atrevés a hacer una audición?
– Me dijo
– Por supuesto – Le contesté
Ese
amigo me recomendó para ser el cantante de un importante comercial. Mi voz se
iba a escuchar en todo el país y mi sueño de cantar se comenzaría a cumplir. Yo
tendría unos 18 años cuando me atreví a entrar al estudio de grabación de una
de las principales productoras de Nicaragua.
El
día de la audición me sentí todo un artista; yo estaba en la sala de grabación
y los productores en la sala de control. La melodía comenzó a sonar en mis
audífonos y empecé a cantar… Bueno, si es que se le puede llamar así. Aún me da
vergüenza recordar los rostros de los productores cuando me escucharon las
primeras notas.
No
se reían porque eran profesionales. Me trataron tan bien que me dijeron:
“Sabés, te agradecemos mucho el tiempo invertido pero… estamos buscando otro
tipo de voz para este comercial”. Fue una manera muy educada de decir:
“Hermano, vos no cantás nada, dedicate a otra cosa”.
Quizás
nunca voy a grabar un disco ni podré decirles a mis nietos que su abuelo fue un
talentoso cantante. Pero, sí tendré un consejo para ellos: “El miedo al
ridículo encadena a menudo los más nobles impulsos”. Y lo más peligroso es que
abre una enorme brecha entre lo que somos y lo que debemos ser. Mis estimados,
en el viaje de la vida hay estaciones que están llenas de muchas preguntas, la
mayoría de ellas relacionadas al propósito:
- ¿Podré ser un cantante?
- ¿Cómo descubro si lo mío es el
deporte?
- ¿Y si me dedico a las artes?
- ¿Cómo sé cuál es mi asignación en
esta vida?
- ¿Y si pruebo y me va mal?
Una
vez escuché a alguien decir: “Hay tres días importantes en la vida: el día que
nacemos, el día que nacemos de nuevo y el día que descubrimos para qué
nacimos”. ¿Saben? Una de las cosas que más impide conocer nuestro propósito es
el miedo, y el miedo al ridículo puntualmente, que es una expresión de nuestra
falta de confianza, estima y seguridad en nosotros mismos.
Jamás
sabré si lo mío es cantar, si no pruebo; jamás sabré si lo mío es pintar, si no
intento; jamás sabré si lo mío es predicar, si no hablo... La raíz de toda
indecisión es el miedo. Tenemos diferentes tipos de temores: miedo a cometer
errores y ser avergonzados, miedo de no ser capaces de terminar lo que hemos
comenzado, miedo de no ser lo suficientemente buenos, etc.
Debes
tener claro esto: no has sido llamado para ser el mejor en el mundo, has sido
llamado para ser lo que Dios quiso. Pero, entonces, ¿cómo deshacerse del miedo?
Solo hay una forma: enfrentalo. ¡Haz lo que más temes!
Y
como me quedó la costumbre, aquí les dejo un pedazo de otro intento fallido de
cantar (si quieren ver el vídeo completo pasen a mi canal de YouTube y de paso se suscriben).
“El
aprobado por Dios, vivirá por la fe; pero no me agradará si por temor se vuelve
atrás” Hebreos 10.38 - PDT
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