“¿Alberto, dame una lista de diez libros que has leído
en tu vida?”
La pregunta nació por una frustración durante su clase.
Él había mencionado una decena de escritores reconocidos, y cuando nos consultaba
si los habíamos leído, todos sus estudiantes respondíamos con un insólito “no”.
No creyó posible tanta “barbarie”, así que detuvo la clase y nos dio otra
lección: no, no sobre la importancia de leer, sino sobre la importancia de
conocernos a nosotros mismos (¡y comenzó conmigo!).
Yo intenté hacerme el gracioso con mi respuesta:
“Bueno, he leído: ‘El principito’, ‘Azul’, ‘Popol Vuh’, ‘Marianela’, entre
otros”. En realidad, ni esos libros había leído (salvo aquellas páginas que nos
obligaban a estudiar en los colegios… ¿recuerdan?). Al profesor no le pareció
nada chistoso, y dijo algo que jamás olvidaré: “¡Son una masa de ignorancia!”.
Todos estallamos en risas, y la clase terminó.
Luego pensé más seriamente en lo que dijo, y medité:
“Tiene razón. Soy una masa de ignorancia”. Ahora, esa “revelación” acerca de mí
lo podía tomar con enojo, risas, frustración o para corregir esa condición. Mis
estimados, es fundamental conocer nuestra realidad y ser confrontados con ella,
pero necesitamos tener los oídos abiertos.
Lo peor es un necio que se cree sabio, un orgulloso
que se cree humilde, y que todo el mundo lo mira, menos él. ¿Quién soy yo? Es
una pregunta relevante en cuanto a identidad y propósito, pero también en
cuanto a madurez. La gente que no reconoce sus errores es más susceptible a
estos, y corre el peligro de estancarse en las aguas del conformismo, o lo que
es peor, de la mediocridad.
Me estoy refiriendo al esposo que no entiende que su
mala actitud está destruyendo el matrimonio, a los padres que no perciben que su
forma de disciplina está hiriendo el espíritu de sus hijos, a los jóvenes que
no reconocen la deshonra a sus padres… Quizás hay gente que ya vio nuestros
errores, pero no tenemos la humildad para escucharlos y hacer los cambios, pasamos
por alto que los mayores afectados siempre seremos nosotros.
Aquel profesor tal vez no debió llamarme “masa de
ignorancia”, pero no dijo ninguna mentira. Después de ese episodio, hice
algunos ajustes, y aunque nunca fui un estudiante de excelencia académica,
comencé a usar un poco más esa “masa”, y dos años después el mismo profesor me
estaba entregando una carta de recomendación para trabajar en una empresa donde
laboré por casi seis años.
Hay cosas que pueden doler o enojar escuchar, pero ¡cuán
necesarias son!
“Ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean
realistas al evaluarse a ustedes mismos” Romanos 12.3 - NTV
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