Crece sin dejar de ser niño


Navegábamos a varias millas náuticas de las costas del Pacífico de Nicaragua cuando -de pronto- se asomaron a la superficie esas hermosas tortugas que desovan en las playas de Rivas. ¡Eran decenas de ellas! ¡Todo un espectáculo visual! Mis compañeros de viaje no querían perder la oportunidad de nadar cerca de ellas, así que se lanzaron al mar sin pensar en la profundidad que había debajo de ellos, sólo se divertían como niños.


El detalle es que no eran niños, sino hombres mayores de edad, con esposas e hijos, con responsabilidades laborales y facturas que se deben pagar cada mes. O sea, como cualquiera de nosotros. Pero, decidieron sacar al chavalito que estoy seguro que todos llevamos adentro (sólo que unos lo tienen más adentro que otros), para nadar cerca de aquellas criaturas. ¿Y yo que hacía? Sólo los miraba desde la embarcación.

¿Acaso yo no quería hacer lo mismo? Por supuesto. Pero, no sabía nadar. Y seguramente mi cara de frustración era muy evidente, porque uno de mis amigos me gritó desde el agua: “Tirate Alberto”. Yo le respondí: “No sé nadar”. Luego él añadió: “Brother, la vida es corta y quién sabe si vas a tener otro momento como éste, así que ponete un salvavidas y te tirás”.

¿La vida es corta? Sin dudas. No es nada revelador. Pero, por qué recordármelo… Bueno, es que muchas veces tropezamos en lo plano.

Pensamos que debemos madurar cuando crecen nuestras responsabilidades y compromisos, y es cierto, pero tristemente atamos nuestra madurez a la rutina: nos bañamos, desayunamos, trabajamos, pagamos cuentas, regresamos a casa, cenamos y dormimos. Y el ciclo se repite al día siguiente. Luego nos excusamos en que la vida es eso, una serie de patrones inquebrantables.

Mis estimados, esa dinámica destruye la relación con los hijos, y cualquier otro tipo de vínculo, incluyendo el divino; aún no conozco -por ejemplo- un matrimonio que salga ileso de la rutina. Aquí cobra sentido aquello que está en la Biblia: “Ustedes tienen que cambiar su manera de vivir y ser como niños”. El niño inventa juegos, corre riesgos, el niño ríe, el niño salta, el niño … VIVE …

Luego “maduramos”, y en realidad lo que sucedió es que nos pudrimos. Nuestra vida se volvió tan predecible…

¿Qué tal si probamos hacer algo diferente a lo acostumbrado? No tenemos que gastar dinero, a veces sólo será suficiente bajarnos del carro y caminar, o mejor aún, bastará con ver a nuestros niños y aprender a ser como ellos. Recuerda: la vida en la tierra es una asignación temporal, y disfrutarla es también parte del plan.

¿Qué hice yo aquella vez? Mmm… Bueno, les dejo la foto.

“Hay que disfrutar cada día mientras estamos vivos, sin importar cuánto va a durar nuestra existencia, pero hay que tener en cuenta que algún día moriremos y estaremos así por más tiempo del que estuvimos vivos y, una vez muertos, ya no podremos hacer nada” Eclesiastés 11.8 - PDT

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