Un
resbalón le costó una doble fractura en su tobillo derecho y le impidió caminar
por dos meses. Requirió operación y unos 4 tornillos para “recolocar” los
huesos. Pero, mientras avanzaba en la recuperación, a ella le inquietaba una
cosa: la marca que le dejaría la herida quirúrgica. No le gustaba la idea de
lucir una cicatriz.
Decidida
a desaparecer todo vestigio de la herida, recurrió a las “milagrosas” cremas.
Lo
interesante sucedió en la consulta con su doctor; mientras éste examinaba la
cicatriz, ella le contó sobre la crema que se aplicó. Él dibujó una sonrisa en
su rostro, y soltó un consejo que ella jamás olvidaría: “No te preocupés por la
cicatriz que te dejará la herida, lo importante es lo que está ocurriendo
adentro”.
Las
cicatrices nos cuentan una historia, algunas graciosas y otras no tanto.
Algunas provocadas por otros y otras por nosotros. Algunas visibles y otras que
sólo conocemos nosotros. Sin importar el origen, no olvides esto: todas fueron
permitidas por Dios, quizás para entender que nuestras mayores lecciones -a
veces- vienen del dolor.
No
es de sorprenderse que Dios permitiera que las cicatrices permanecieran en el
cuerpo resucitado de Jesús. Lo reconocerían por ellas. Pregúntenle a Tomás,
aquel discípulo que creyó hasta que vio sus marcas. A Jesús se le reconocía por
las cicatrices que habían quedado de las heridas que sufrió en la cruz.
Aquellas
brutales marcas eran parte de su Gloria, hablaban de su amor, su misericordia,
su sacrificio, su justicia, y en fin…
Mis
estimados, puedo entender que las cicatrices que más ocultamos son aquellas que
relatan el rechazo de un padre que no supo amarnos, la desilusión de perder un
hijo o un hogar lleno de alcohol y violencia. Pero, vivimos tan obsesionados
por la causa de la cicatriz que llegamos a olvidar lo que éstas pueden formar
en nosotros.
Ten
presente esto: te quedarán cicatrices al tomar tu cruz y seguir a Jesús. Tal
vez se suponga que a los seguidores de Jesús también se les reconozca por sus
cicatrices. Y cuando lleguen, lúcelas, porque lo que ayer se formó por causa de
una herida, mañana podría ser la historia que Dios use para sanar a otros.
A
propósito, mi amiga, la protagonista de la historia inicial, me dijo hace poco:
“Ahora luzco mi cicatriz”.
“Después
les mostró las heridas de sus manos y de su costado, y los discípulos se
alegraron de ver al Señor” Juan 20.20 - TLA
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