Terminé una reunión en la iglesia y tomé
un taxi para llegar rápido a la casa. La pelea de Mayorga se avecinaba y no
quería perderme la transmisión. En el vehículo ya iba otro pasajero, pero
imaginé que compartíamos la misma ruta. Imaginé mal. El pasajero resultó ser un
asaltante y el conductor su cómplice.
El “pasajero” sacó una filosa bayoneta y
la sostuvo cerca de mi cuello mientras el vehículo iba en marcha. Me ordenó
entregarle mi dinero. Pero, creo que se enojó cuando le confesé que lo único
que andaba era justo lo que iba a pagar por el viaje, unos 15 córdobas. “Vamos
a pasarle la cuenta a este…”, dijo.
-
“Tranquilos”,
les dije
-
“No,
hasta aquí llegaste”, me respondieron
-
“Miren,
no ando más dinero, pero si quieren se llevan mi Biblia”, les propuse, motivado
más por el miedo que por el deseo que leyeran el libro.
-
“El
chavalo es cristiano, a pues, dejémoslo ir”, dijo el conductor.
Han pasado 15 años desde aquel susto y -a
veces- pienso en las palabras del asaltante: “Es cristiano”. ¿En realidad lo
era? Cargar una Biblia era una garantía para ellos, pero no estoy seguro que
sea un criterio válido. ¿Cuántas veces mentimos, matamos, robamos, estafamos,
sobornamos, manipulamos, engañamos, odiamos, y a la vez cargamos una Biblia?
Miles de cristianos en todo el mundo se
están divorciando, porque no pueden cumplir la resolución más básica: amarse el
uno al otro. Otros miles están siendo encarcelados o despedidos de trabajos,
porque no pueden vivir en integridad. Y los números seguramente son mayores
cuando hablamos sobre la falta de perdón, porno adicción, orgullo…
¿Por qué se nos hace tan difícil mostrar
al Cristo que llevamos dentro?
Mis estimados, un cristiano no es alguien que
nunca hace mal, sino una persona capaz de arrepentirse, levantarse y comenzar
de nuevo porque la vida de Cristo está dentro de él. Pero, justamente allí está
el asunto: nos está costando reconocer nuestra condición y cambiar la ruta. No
es posible vivir mal y sentirnos bien a la vez, decía un sabio pastor.
En algún momento llegará la frustración y pensaremos
que debemos ser mejores, pero olvidamos que no se espera una mejor versión de
nosotros. Es inútil ser como Él siendo nosotros mismos. Dios no intenta mejorar
a los hombres, sino producir una nueva clase de hombres, una que refleje a
Jesús. Y eso se logra muriendo al deseo de controlar nuestra vida y, en su
lugar, rendirla a Él.
“En realidad, también yo he muerto en la
cruz, junto con Jesucristo. Y ya no soy yo el que vive, sino que es Jesucristo
el que vive en mí” Gálatas 2.20 - TLA
Comentarios